Lo que podemos controlar y lo que no podemos controlar

«Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar,

valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar

y sabiduría para entender la diferencia».

 

Así comienza la Plegaria de la Serenidad, también conocida como Oración de la Serenidad, atribuida al teólogo, filósofo y escritor estadounidense Reinhold Niebuhr (1892-1971) y, como con tantas frases y sentencias célebres, de ser tan conocida parece que pierde su fuerza.

Pero no es así, no debería ser así. Porque encierra una enorme carga de sabiduría, que se encuentra en el núcleo de corrientes de pensamiento tan inspiradoras como la filosofía estoica, y otras. «Dicotomía del control», la denomina.

No enseña nada nuevo, por otra parte. No es algo que nos haga exclamar «¡Jamás lo hubiera pensado…!». Cualquiera sabe que, en nuestra vida, a diario, nos encontramos con circunstancias que escapan a nuestro control, mientas que otras, se hallan de lleno dentro él. El filósofo romano estoico Epícteto definía «albedrío» a todo aquello que cae bajo nuestra capacidad de influencia y, por ello, de lo cual únicamente somos responsables. ¿A qué solemos atender, con preferencia? ¿A qué debemos atender?

Sí, lo sabemos… pero no solemos aplicarlo. Porque nos empeñamos en rebelarnos y perder energía contra muchas de las cosas que nos suceden y sobre las cuales no tenemos ninguna capacidad de cambio: llueve, hace calor, cómo actúa tal persona, un hecho que aún no ha sucedido (y puede que no suceda nunca)… No, no tenemos ninguna influencia sobre esos sucesos, pero sí cómo los gestionamos, cómo los interpretamos, cómo dejamos que nos afecten en nuestra vida. A esto último debemos aplicarnos. Y en ocasiones, bastantes, ofuscados no lo hacemos,

A cambio, y muchas veces motivado por ese desgaste inútil, no nos centramos en aquello que es nuestra responsabilidad: cómo responder a esos eventos externos. Parafraseando a Reinhold Niebuhr, no tenemos «serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar», lo que nos quita «valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar». Y, ¿por qué? Muy probablemente, porque nos falta «sabiduría para entender la diferencia».

Tres ejemplos…

  • Preparando y corriendo una maratón, durante 4 meses, hay infinidad de cuestiones absolutamente fuera de nuestro control. El tiempo que hace, eventos de otras facetas de nuestra vida (trabajo, familia, ocio…), en importante medida nuestro estado de salud, etc. Mientras que otras cuestiones entran dentro de nuestro campo: hábitos, propósito de entrenar bien, renuncia a determinadas prácticas que obstaculizan nuestra actividad, etc. Sencillamente, desentendámonos de lo que no podemos controlar. Si hace frío o calor, si lluevo o nieva, si cogemos una gripe, si la carrera se suspende porque se han convocado elecciones anticipadas… ¿Qué podíamos hacer? ¿Qué podemos hacer? ¿Por qué perder foco y energía en estas cosas, si nos hacen falta (ya lo creo que nos hacen falta) para gestionar aquéllas que sí dependen de nosotros?
  • Charla sobre «Vida y Maratón…» en el Centro Penitenciario de Teixeiro (https://www.vidamaraton.com/vida-y-maraton-en-c-p-teixeiro/). ¿Qué depende de mí? Preparar bien la charla, tener el coche a punto para que me lleve hasta Galicia, ponerme 3 despertadores para no quedarme dormido y no llegar tarde, conducir con prudencia para no tener un accidente… Eso depende de mí. ¿Qué no depende de mí?: que mi charla interese, que el coche (pese a mis cuidados) sufra una avería, que un corrimiento de tierras inutilice la carretera y me impida llegar… ¡La de cosas que quito de mis preocupaciones! ¡Qué descanso!
  • La metáfora del arquero. La exponía el político y orador romano Cicerón. Un arquero que dispara su flecha a un blanco debe ocuparse de entrenar bien, tener sus herramientas (arco y flechas) a punto, estar descansado el día del tiro, apuntar con cuidado… Pero, una vez que la flecha ha salido en dirección a su objetivo, ¿qué más puede hacer? Porque el viento puede desviarla, un animal interponerse, alguien mover la diana… Y, eso, ya no cae en su influencia.

Hay muchos más ejemplos, pero tal vez no merezca la pena seguir. La enseñanza es sencilla y muy potente. Para la maratón, para cualquier deporte, para cualquier actividad, para la vida. Ocupémonos de aquello que podemos cambiar, en aquello que podemos influir…, y olvidémonos de aquello que queda fuera de esa influencia.

Nos centraremos más en lo que nos incumbe, y seremos más felices.